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El Genocidio Rohinya V

La tercera vuelta de tuerca nacional-religiosa

diciembre 7, 2023
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El Genocidio Rohinya II
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omo hemos señalado, la República Socialista de la Unión Birmana del general Shu Mang Ne Win se caracterizó por un relativo aislacionismo (no con el Estado Sionista, por cierto, hecho en realidad nada sorprendente), el em­pobrecimiento brutal de su población, las denuncias de violaciones permanentes a los derechos humanos, la censura, la tortura, la persecución a sus opositores políticos… No nos consta que nin­gún movimiento socialista, aún menos comunista, ni socialdemócrata, ni de llamada “tercera vía” o “socialismo nacional” del resto del mun­do llegara a defender el curioso (o no tan curioso) caso del socialismo nacional-bu­dista birmano. Como recor­damos, tras las graves protestas de marzo de 1988, revueltas reproducidas en junio, Ne Win anunció su renuncia el 23 de julio: faltaba una quincena para el ocho de agosto de 1988.

Pues la estocada definitiva al Ppsb llegaría tras el famoso «Levantamiento de los Cuatro Ochos» (numero­logía para derribar el régimen encabezado por un numerólogo): el sucesor de Ne Win al frente del Ppsb fue Sein Luin, a quien se le recordaba su responsabilidad en la represión de julio de 1962 como «El Carnicero de la Universidad de Yangún». A los cuatro días hubo de renunciar el sucesor de Ne Win, siendo relevado por Maung Maung al frente del Ppsb.

El salto cualitativo: la tercera vuelta de tuerca en la deriva nacional-budista

Maung Maung tampoco iba a durar. El «Levantamiento de los Cuatro Ochos» provocó un nuevo con­greso extra­ordinario para el 10 de septiembre y, por primera vez en su historia, el Ppsb admitió que sí, que el multi­parti­dis­mo «sí correspondía a Birmania». Al día siguiente, el Parlamento unipartidista pidió con extrema diligencia cele­brar elecciones pluripartidistas antes de tres meses, pero las protestas conti­nuaron. Hasta que una semana más tarde, el 18 de septiembre, el ge­neral del estado mayor del «Tatmadau», Sau Maung, encabezó un golpe de es­tado, derrocó al Ppsb y estableció una junta militar llamada «Consejo de Estado para la Restauración de la Ley y el Orden», que se constituía tam­bién como fuerza política. Otra vez teníamos un partido fundado desde el poder. Por su parte, el partido derro­cado se renombró como Partido de Unidad Nacional.

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El «Cerlo» (el partido fundado por Sau Maung: en Birmania conocido por sus siglas en inglés: «Slorc») inició una política contra-socializadora (en realidad de aceptación oficial del mercado negro, pues la economía birmana era poco menos que «estatalista por el día» y de «libre mercado por la noche»). En mayor de 1990 el Cerlo perdió abru­madora­mente ante la Liga Nacional para la Democracia (como dato significativo, el «Pun» ganó sólo 10 de los 485 escaños en la Asamblea Nacional). La «Lnpd» era el partido de Aung San Suu Cyi, y pese a las promesas del Cerlo, éstos no entregaron el poder.

Pero estos cambios de un «estado de economía socialista» a otro de presunta «economía de libre mercado» (se­gún la jerga habitual en los medios de persuasión de masas) y de tránsito (truncado pero prometido) de un «ré­gimen de partido único» a otro «multipartidista». ¿Qué cambió para los birmanos que no compartían la religión oficial del estado en general y para los rohinyas en particular?

Pues hubo cambios y muy significativos. Pues el régimen «liberalizador» y de «ley y orden» encabezado por Sau Maung, ante las elecciones de mayor de 1990, convirtió directamente a los rohinyas del Aracán en apátridas, ex­tirpándoles la ciudadanía tras declararles inmigrantes ilegales aunque todos ellos -y sus padres, y sus abuelos, y sus bisabuelos…- hubieran nacido en Birmania. No se engañe nadie: tal medida la tomó una junta militar para ganar popularidad. Esa minoría convertida en apátrida no representaba una amenaza ni prestaba apoyo a in­sur­gencia alguna (es más, la guerrilla separatista del Aracán, rabiosa­mente etnicista, abogaba por «nor­malizarlos»).

Pero lo más notorio de esta ley impulsada por el Cerlo es que tampoco fue criticada entonces por la oposición -la Liga Nacional para la Democracia- y nunca lo fue: ni cuando se implantó, ni después, ni mucho después. Cons­tituyo una violación directa fundamental de los famosos principios de la Onu -nadie puede ser privado de su ciudadanía- pero la Onu no promovió condena alguna de Birmania por esta extirpación institucional. ¿Cómo es posible que suprimir -no sólo de facto sino institucionalmente- uno de los derechos básicos de cualquier in­divi­duo -no ser extirpado de su nacionalidad por su condición étnica-, tan aireado por la llamada «comunidad inter­nacional» (léase: potencias occidentales), no haya motivado la condena sin paliativos del esta­do que lo suprime? ¿Cómo es que potencias como EEUU o Gran Bretaña –ésta antigua potencia colonial– que presumen de guar­dia­nes mundiales de tales derechos lo aceptaran?

Una explicación la hemos tenido doce años más tarde, y es lo visto en la potencia patrocinadora de Aung San -Gran Bretaña, el antiguo colonizador- a partir del 2001: en la nación parlamentaria por antonomasia también se abrió la puerta que en 1990 destrozó el Consejo de Estado birmano: tras los atentados contra las Torres Gemelas el gobierno y parlamento de Londres se arrogaron la facultad de convertir en apátrida a un ciudadano británico si es considerado terrorista. Y algo similar acaban de aplicar, treinta años después de esa puerta derribada en la Unión Bir­mana en 1990, estados bálticos como Lituania y Letonia, integrados en la Otan y en la Unión Europea de las «tradiciones democristianas liberales y so­cialdemócratas»: desposeer de su nacionalidad a los ciudadanos de etnia rusa que abandonen el país durante una temporada.

Los derechos básicos se mantienen… cuando conviene al poder «políticamente correcto» presumir de ellos. Y se retiran a conveniencia por mucho que hayan sido proclamados como fundamentales.

Para que nos podamos hacer una idea de lo que empezó a ocurrir a partir de 1990, como para casarse, los rohin­yas debían entregar dinero a la NaSaJa (autoridad de inmigración) la mayoría de ellos decidía no casarse.

Mientras, en el panorama general, la presión nacional e internacional sí se ejerció para que el Cerlo entregara el poder a la dirigente de la Lnpd, quien fue puesta bajo arresto domiciliario por Sau Maung. Aung San recibió en ese mismo año, 1990, el Premio Sajarof y al año siguiente obtuvo el Premio Nobel de la Paz. En plena presión internacional, apremio no por haber convertido en apátridas a una parte de la pobla­ción birmana, sino por no traspasar el poder a la cabecilla de la Lnpd, la figura favorita de Gran Bretaña y Estados Unidos, se produjo la extraña renuncia de Sau Maung. Extraña pues dio lugar a dos ver­siones asentadas: la oficial, que hablaba de un «colapso nervioso», y la contra oficial. Según ésta, el teniente ge­neral Sau Maung fue sedado, aislado y retirado discreta­mente por varios generales opuestos a entregar el poder a la flamante premio nobel Aung San Suu Cyi. Con la colaboración del aparentemente retirado Ne Win, el tenien­te general Tzan Shue ascendió a la presidencia del Cerlo. 

Como no podía ser menos, Tzan Shue prometió seguir restaurando la ley y el orden para traer la ansiada demo­cracia. Y como era de esperar, mantuvo la condición de apátridas de los rohinyas, pues esta extirpación era un punto de consenso entre militares «dictatoriales», civiles «democráticos» y… las «auto­ridades religiosas».

continuará

Autor

  • Guiado López Molina

    Investigador y revisionistas sobre la historia y la historiografía. Experto en la historia musulmana.

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Etiquetas: Guiado LópezRohingya

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