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El Genocidio Rohinya III

La creación de la tuerca nacional-religiosa

febrero 28, 2023
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El Genocidio Rohinya II
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En marzo de 1962, con el «Ejército de Liberación Nacional Carene» -brazo armado de la «Unc»- asentado en la «Cornisa Caren», el general Shu Maung Ne Win (quien ya había sido primer ministro entre 1958 y 1960) dio un golpe de estado derrocando a su predecesor y sucesor -y antiguo jefe- U Nu. Pero Ne Win no era un jefe militar más que llegó a primer ministro cuatro años antes.

Antecedentes: la creación de la vuelta de nacional-religiosa

Trece años antes Shu Maung Ne Win era el general de las milicias «Sitwundan», paramilitares bajo control suyo pero al margen de la estructura regular del ejército -es decir, sin la disciplina de éste-. En enero de 1949, en medio de la guerra contra la insurgencia comunista y sus aliados socialistas -más numerosos- de la «Cinta Blanca», grupos «sitwundanes» -afectos también al sector socialista pero na­cionalista de la «Cinta Amarilla»- ejecutaron varios ataques en poblados carenes del centro meri­dional. Como hemos mencionado, los carenes no pueblan masivamente sólo la región de la «Cornisa Caren» en las montañas del este: también son populosos en el centro meridional alrededor de la entonces capital, Rangún, donde viven en comunidades vecinas de los bamaros. Hasta ese momento, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Unión Birmana era justamente un general de etnia caren. Pero Smith Dun fue destituido y enviado a prisión, y quien le sucedió al frente del Estado Mayor fue el general de los «sitwundanes», el «socialista de cinta amarilla» Ne Win. Aquellos su­cesos y el asesinato de un comisionado del Parlamento también caren, provocaron una fractura irreparable en el ejército de la recién creada República Birmana: militares como los «Rifleros Carenes» e integrantes de la Policía Militar de la Unión (el principal encargado de combatir la guerrilla) de la misma etnia, que venían combatiendo la insurgencia –socialistas de la «Cinta Blanca» y comunistas-, se alzaron en favor de la «Odnc» (Or­ganización para la Defensa Nacional Carene) y durante más de tres meses sitiaron Rangún. El desaguisado fue mayúsculo y a punto estuvieron de tomar la capital.

Por tanto, Ne Win había sido el mando principal del sector más nacionalista del socialismo birmano. La suble­vación de militares carenes facilitó en 1949 el avance de la insurgencia socialista «blanca» y comu­nista, y el go­bierno de la «Liga Antifascista» perdió el control de gran parte de la Birmania Baja -no digamos ya de la Birmania Alta– durante meses -por ejemplo Mandalay, la urbe principal del centro del país-. Pero gracias a la divi­sión entre los insurgentes (los socialistas de la «Cinta Blanca» nunca formaron un frente unido con los comu­nistas, y éstos, a su vez, siguieron divididos en dos facciones; y la «Odnc» no se fiaba de ninguno de ellos), el gobierno fue recuperando el control de la Birmania Baja.

Además del desarrollo del «Tatmadau» (donde se integran todas las unidades militares, policiales y milicianas de la Unión), se emprendió una campaña de propaganda para provocar el rechazo popular hacia la insurgencia: comunistas y socialistas «blancos» fueron descritos como enemigos del budismo. Toda crítica -real o supuesta, parcial o global- al poder o discurso de los monasterios se presentó como un ataque a la identidad budista y los sentimientos o devoción popular de los pueblos de Birmania.

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Pero no sólo eso. Desde gobierno y monasterios se empezó a contar la historia que antaño, la India -toda ella- fue durante varios siglos mayoritariamente budista. No importa saber ahora -o pasado mañana- si esto fue así o no históricamente. Los nacionalistas suelen relatar un pasado -lejano o cercano- que poco o nada tuvo que ver con lo que fue u ocurrió. Pero lo importante, sobre todo, es que los nacionalistas pretenden justificar en ese pasado sus fobias y reivindicaciones excluyentes. Según esa historia, los budistas indios habían cometido un gravísimo pecado capital: ser tolerantes y compasivos. Por culpa de esa tolerancia -asociada a la debilidad en su devoción- los indios fueron adhiriéndose en masa al hinduísmo o al islam. En el Subcontinente Indostánico el bu­dismo había sufrido un retroceso descomunal cayendo hasta el quinto puesto: menos del uno por ciento de los indios eran actualmente budistas, un porcentaje por debajo, incluso, de cristianos y sijes. La conclusión era sencilla: si los budistas birmanos se mostraban igual de tolerantes y compasivos -es decir, igual de débiles en su devoción- acabarían igual que sus correligionarios indios.

Es decir: en Birmania el poder político-militar levantó la bandera de los sentimiento religiosos de la mayo­ría no sólo para general rechazo hacia el «social-comunismo antirreligioso», sino además ideó el «nacio­nal-budismo militante» (en el caso de los «socialistas de cinta amarilla», el «social-nacionalismo budista»). Como toda idea nacionalista o identitaria, se justificó desde el miedo y se apeló al victimismo -aunque sea «preventivo»-. Miedo y victimismo que, inevitablemente, dan paso al odio.

O, al menos, dan paso a justificar la marginación, la exclusión y la agresión.

Impulsor, junto con U Nu, del rumbo «nacional-budista» -denominado iconográficamente «tuerca» por nuestra parte- para combatir, primero el desafío comunista y «socialista blanco», y presentar luego -como «choque de religiones»- la confrontación del «Tatmadau» con la insurgente Unión Nacional Caren y la entonces menos poderosa guerrilla cachín -tanto para suscitar la adhesión del sentimentalismo devoto de la mayoría como para dividir a la insurgencia sudoriental y norteña (recordemos que una tercera parte de los carenes son budistas así como lo son cinco cachines de cada nueve)- Shu Maung Ne Win reunía otra característica -ésta personal pero no menos significativa-: el general no era budista zeravada sino numerólogo: una creencia minoritaria en Birmania -y en cualquier otro país del mundo-.

Pero este general mantuvo el Budismo Zeravada como religión de la República. Si al hugonote Enrique IV, para erigirse en primer rey Borbón -el rey de Francia estaba obligado a ser católico romano- se le achaca la frase famosa de «París bien vale una misa», del numerólogo Ne Win se puede decir que aplicó la consigna de «Rangún bien vale mil mantras». Pero Enrique IV de Francia heredó una situación instalada durante siglos, y promulgó el Edicto de Nantes poniendo freno a la persecución o acoso de los hugonotes franceses. Ne Win, en cambio, era uno de los inventores de la tuerca nacionalista… aunque él iba a echar mano de otra llave para apretar esa tuerca: la llamada «Vía Birmana al Socialismo».

continuará…

Autor

  • Guiado López Molina

    Investigador y revisionistas sobre la historia y la historiografía. Experto en la historia musulmana.

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Etiquetas: Guiado LópezRohingya

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