Todos conocemos la narración bíblica de la confusión de lenguas cuando los hombres (varones o mujeres) se empleaban en la construcción de una torre que llegaría al cielo. Parece ser que siempre se interpretó eso en el sentido de que la humanidad hablaba un único idioma y que Dios, de repente, por su desobediencia, les hizo hablar muchos idiomas y ya no se entendían los unos a los otros.
La vida le enseña a uno que aquello no fue así y de hecho es muy apropiado el término con que se aprendió a conocer el fenómeno de Babel: la confusión de lenguas. No dice la diversidad de lenguas o la diferencia de lenguas, dice la confusión. Y, la verdad, la cosa no es tan complicada, porque es algo que vivimos ahora mismo y que probablemente, con más o menos agudeza, se ha vivido siempre.
Lo de llegar al cielo construyendo una torre… pues también creo que se ha vivido siempre, en cada época a su manera. Hoy día, muchas vece se dijera que estamos en el pináculo de esa torre. A juzgar por la manera en que se juzgan todos los asuntos en tantísimos foros -redes sociales, redes de información y difusión, periodismo de distinto tipo etc.- se dijera que ahora mismo somos nosotros, los que vivimos ahora la última autoridad en cualquier materia y con capacidad todo lo que haya ocurrido sobre la tierra hasta este momento. Todas las civilizaciones, todo el pasado, todas las historias, sobre ellas zanjamos y decidimos quienes fueron los malos y los buenos ya adjudicado y que conste en acta. Como si dijéramos, ya nos sentimos en el juicio universal y nosotros somos los jueces. Y todo esto en plena confusión de lenguas.
Izquierdas y derechas. Vale que antes no se hablaba de estos dos términos en plural. Había la izquierda y la derecha. Ahora hay muestrarios de ellas. Y si nos metemos en más detalle… ya nadie sabe de qué habla. Todo el mundo descalifica al contrario, pero realmente es difícil de saber qué se descalifica. Se sueltan palabras que se entiende que son peyorativas o directamente insultos, por como se dicen y se arrojan al contrario, pero no porque se sepa que se quiere decir con eso.
Cojamos solo una palabrita: feminismo. Una feminista de toda la vida si emplea la palabra estará segura de meter la pata. Porque el feminismo para cada cual es una cosa, porque -te dirán algunos-que el feminismo significaría tal y tal en otro tiempo pero ahora ya no significa eso. Ahora el feminismo significa lo que te tú detestes y quieras atribuirle si es que quieres cargar las tintas contra las mujeres o contra lo que otros desean a las mujeres y los otros que, en principio, están a favor de las mujeres se sacarán otra versión que tal vez tampoco tenga nada que ver con lo que en su día veían las luchadoras por la emancipación de las mujeres. Hoy el feminismo puede ser cualquier cosa y -ahí está la ventaja de la confusión de lenguas- significar lo que a cada uno le convenga en sus luchas en diferentes frentes. La lucha por la justicia para las mujeres y su plena emancipación y soberanía queda perdida entre las diferentes caricaturas que se hacen de las ideas, las posturas y las luchas feministas que el interesado quiera reconocer como existentes. Porque, naturalmente, el primer paso es reconocer la existencia de algo. Si no reconoces la existencia de cierto feminismo, pues ya está, no hay nada que luchar ni propugnar ni reivindicar porque ese feminismo del que hablas no existe. A lo mejor existió en otro tiempo, peo ahora ya no, ahora el feminismo es esto otro -siempre algo espantoso según los detractores. Y te dirán por ejemplo que es que ahora a un varón, si por casualidad se le pasa por la cabeza llamar guapa a una mujer que te lo meten en la cárcel ¡hasta adonde hemos llegado!
Sí, una ha sido feminista de toda la vida, pero ahora ya hace mal, porque el feminismo ya no es eso, el feminismo ahora es meter en la cárcel a los varones y matar niños, y cualquier exageración, todo lo que suene disparatado se te dice que eso es el feminismo y que, por tanto, no se puede ser feminista.
“Es que nos está fastidiando a las mujeres”. ¡Ah! “Es que se han subido a la parra”.
Los hay que dicen también que hoy día ya se ha conseguido todo lo que había que conseguir para las mujeres y que por tanto no tiene sentido ser feminista, que eso es formar divisiones dentro de la sociedad.
Sin embargo, aquí una tiene que echar mano honrado Alcorán y no conformarse con aquello de que ahora tenemos los mismos derechos que ellos y parece ser que también los mismos deberes, pero esto último no es ni puede ser cierto. Porque como nos dice el honrado Alcorán:
3.36: “Y cuando parió a una niña, dijo: «¡Señor, he dado a luz a una mujer!» Pero Dios ya sabía lo que había parido y que el varón no es como la mujer.
Todos sabemos que el mundo que hemos heredado se ha configurado mentalmente y materialmente a imagen y semejanza no del hombre, sino del varón, no de la mujer. Hasta el punto de que como vemos la especie se nombra por el varón. En castellano, a pesar de que existe la palabra varón, que es el macho de la especie humana, hoy día a los varones se los suele llamar “hombres”, que son la especie, con lo que se nos está diciendo que ellos son los auténticos y únicos merecedores del nombre de la especie. Eso lo que refleja es la composición mortal de lugar de que es el varón el epítome de la especie y la mujer pues… un accidente un factor posterior, un elemento añadido…
Y esto no es jugar con las palabras, sino entrar en lo que nos refleja su uso en cuanto a nosotros mismos. Hay un arranque cultural de la antigüedad. Todos conocemos de la biblia que Dios creo primero al varón y que después se dio cuenta de que estaba solo y le creo, para él, a una compañera, una mujer. Es decir, según aquel mundo en el que apareció el libro de El Génesis y en el que se difundió la Biblia, el varón era el hombre y luego vino la mujer para él. Y en los milenios en que se difundió esa literatura y en las civilizaciones que nos han sido más conocidas como antecesoras de nuestra cultura, el varón como paradigma de la especie es indiscutido. La mujer parece haber aterrizado ahí como inmigrante sin papeles librada a la buena voluntad de los “legales”. Por eso, cuando una lee cosas como esta:
“La invención de la Guerra de Sexos, como la Guerra de Razas o la Guerra de Civilizaciones, es una creación seudo ideológica, pues no se trata ni siquiera de una cosmovisión (equivocada o no) sino de un virus mental creado en laboratorios yanquis, con el fin de dividir a los trabajadores y restar potencial subversivo a los propios pueblos.
Toda división creada en el seno del pueblo tiene por misión restarle fuerzas para que el Polo dominante prosiga su saqueo. Resulta patético ver a las mujeres pidiendo que se enseñen en las aulas a las “mujeres filósofas”, cuando éstas apenas existieron antes del siglo XX. Estas feministas de la filosofía harían mejor en estudiar al “macho” Hegel y al barbudo Marx. Estos machos, producto al parecer horrendo de una sociedad patriarcal, hicieron más por la liberación de la mujer que todas las feministas graduadas, doctoradas y laureadas que en el mundo han sido. Pues las ideas no tienen sexo. No importan las “mujeres filósofas”. Importan las ideas filosóficas pues éstas ya han sublimado toda la testosterona y todos los estrógenos.”*
Cuando uno lee algo como esto, decimos, pues se descorazona un poco. Nada que objetar a Carlos Marx, tan vilmente vilipendiado muchas veces, o al Sr. Hegel, pero la visión que parce dársenos es “¡Pero ¿qué narices queréis ahora? ¿No tenéis ya la igualdad con los “hombres” que os la han dado unos varones (o machos, sic) y queréis venir aquí a hacer de esquiroles (o esquirolas) y dividir a la clase trabajadora?”
Si todo se ha de verse así -¿no tenéis ya la igualdad? ¿qué narices más queréis? -, pues no, para ese viaje no se necesitaban alforjas y sí, de un siglo y pico a esta parte el avance ha sido mucho, pero la realidad humana sigue estando coja, porque “el varón no es como la mujer”. No es que la mujer no sea como el varón, que sí lo es, pero es que es el varón el que no es como la mujer y al meterse a la mujer en el molde del varón, sí, se la está castrando y se está destruyendo a la raza humana. La mujer no es un varón B, es la madre de la especie. Sucede lo contrario de lo que se relata en ese pasaje del génesis. La mujer no pasa por ningún varón para nacer, pero todos, mujeres y varones, pasamos por mujer para nacer y no es justo que, teniendo que poner la mujer en esa tarea lo que el varón no tiene que poner, no entre luego en ningún cálculo ni en ningún relato y se la coarte en todo lo que hace porque está pillada por la reproducción de la manera que el varón no lo está. No, nadie divide a la humanidad ni a la clase trabajadora, pero sí que se castra a un sexo y le se despoja de su dignidad y se califica de latosas a las que son las madres de la humanidad. No, no somos el varón B. Somos las mujeres, de las que nacen todos los que llegan a este mundo. Y si eso no se reconoce y por el contrario se les pasa a ellas el peine fino para ver qué pega se les puede encontrar ahora o cómo se les puede callar la boca (¡las muy díscolas!), pues, entonces que no se molesten mucho en que si la clase trabajadora por aquí o por allá. Ni la clase trabajadora ni la humanidad irán muy lejos porque, sencillamente, no lo merecen porque empiezan no respetándose a sí mismos, empezando por respetar a aquellas de quienes nacen. Pero mejor que no sea una mujer quien diga todo sino que lo diga un caballero.
¿Del tirano? Del tirano
Di todo, ¡di más!, y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.
¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.
¿De mujer? Bien puede ser
Que mueras de su mordida;
¡Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!
José Martí
Nota: *https://geoestrategia.eu/noticia/44422/opinion/feminismo:-fin-de-ciclo.html