La ONU ha dado un dato demográfico revelador al reportar la existencia de aproximadamente 55.000 mujeres embarazadas en Gaza. Esta cifra, que representa cerca del diez por ciento de la población femenina adulta, lejos de ser una mera estadística, es, como refiere el analista español Daniel Lobato, un acto de resistencia demográfica frente a una guerra de exterminio: “los úteros son un arma clave en la guerra demográfica de 100 años contra los invasores”, señala.
Mientras la vida se abre paso entre los escombros, la Corte Internacional de Justicia dictamina que Israel viola el derecho internacional al bloquear la ayuda humanitaria. Sin embargo, en un acto que encapsula la crisis del sistema, la misma corte aplaza hasta 2026 el proceso por genocidio y mantiene en su seno a una magistrada sionista. Esta contradicción revela la impotencia de un “mundo basado en reglas” que no se aplica a los poderosos.
Frente a esta realidad, la demanda de la sociedad civil global debe ir por la aplicación de marcos legales que parecen olvidados: la Convención contra el Genocidio, la Resolución 1514 de la ONU sobre el fin del colonialismo, la Convención contra el Apartheid de 1973 y la Resolución 194 sobre el derecho al retorno de los refugiados. Tal como indica D. Lobato: “El IV Convenio de Ginebra para potencias ocupantes quedó muy atrás ya en la historia para un régimen colonial genocida como el israelí.”
En el terreno, el régimen israelí construye un andamiaje legal para su proyecto de limpieza étnica. La «Ley de Fuerzas de Élite» y proyectos de ley impulsados por el influyente Foro Kohelet buscan utilizar la Ley de Prevención y Sanción del Genocidio de 1950 –creada para los nazis– contra palestinos, redefiniéndolos como «nuevos Nazis» y allanando el camino para juicios masivos y posibles ejecuciones que disfrazan de legalidad la limpieza étnica.
Junto a esta iniciativa, la maquinaria de propaganda israelí trabaja incansablemente en su objetivo de instalar a nivel global la deshumanización de los palestinos. Sin embargo, parece ser que sus narrativas no logran sostenerse frente a los testimonios de los prisioneros liberados en los intercambios. Un soldado israelí contó que sus vigilantes eran “un profesor de colegio, un profesor universitario y un doctor…” las narrativas deshumanizantes sobre los palestinos salvajes, ignorantes y brutos se desintegran frente a una realidad que hoy se muestra a todo el mundo: la de una Gaza que alberga a una de las poblaciones más formadas del mundo, donde la educación es una herramienta más en la lucha por la liberación.
Esta resistencia altamente capacitada fue artífice del levantamiento del 7 de octubre de 2023, un día que, lejos de la narrativa de terrorismo sin contexto previo, la rebelión se alzó y reaccionó frente a años de asedio, hambruna y masacres. Evidentemente, el 7 de octubre es un punto de inflexión histórico en una lucha de liberación que comenzó en 1948 y continua hasta hoy.
Dos años más tarde, con nuevas injerencias extranjeras disfrazas de paz y estabilidad para el Medio Oriente, la pregunta clave sobre la reconstrucción de Gaza se responde con cifras aterradoras: entre 100.000 y 200.000 millones de dólares. Sin embargo, el obstáculo no es solo financiero… la reconstrucción de la Franja de Gaza es incompatible con el objetivo israelí de hacer imposibles las condiciones de vida de los gazatíes en busca de su expulsión masiva. Lo que no tiene obstáculo hoy para mostrarse es el paisaje del exterminio y las toneladas de escombros en Gaza que no deberían dejar lugar a dudas de la intención genocida del ente.
El panorama es el de un régimen colonial en crisis frente a una resistencia palestina y sus aliados regionales unida y en crecimiento, al que se ha sumado una comunidad global que apoya la legítima lucha de un pueblo por su liberación.
La lucha en Gaza es, en definitiva, la batalla por el futuro de la justicia internacional y la dignidad humana. El silencio ahora es, como nunca antes, complicidad.





